viernes, 24 de octubre de 2008

La Universidad profunda

Si usted, mi lector o lectora, ha sido o es docente en una universidad pública, a lo mejor le ha tocado asistir al desvanecimiento por hambre de alguno/a de sus estudiantes. Esta servidora se estrenó en la cátedra con una experiencia como esa, en los años ‘80. A la sazón, la opción migratoria no era una solución masiva para aliviar la pobreza, pero la universidad era gratuita. Ahora, probablemente, quienes no pudieron superar los apremios socio-económicos, sencillamente, se quedaron fuera.
Por ello defiendo la gratuidad de la educación superior, en cumplimiento de lo que establece la Constitución 2008. Además, el régimen gratuito debe ser instituido de inmediato. Y, sin embargo, apurados por su realización, no podemos arriesgarnos a que las limitaciones conceptuales sobre lo que debería ser la universidad, así como las prácticas sociales (corporativas, autoritarias, discriminatorias) que la perjudican continúen estructurándola.
“¿En cuántas universidades del mundo existe una tolerancia tan elástica?
Hoy sabemos que el bajo rendimiento estudiantil puede deberse a: la desmotivación; una frágil formación anterior (frecuente analfabetismo funcional); a la pobreza y a calamidades domésticas. Las razones del decaimiento son pues diversas, escapando muchas veces a la voluntad de los/las estudiantes. Es indebido, por lo mismo, cargar exclusivamente sobre sus hombros el castigo por las deficientes respuestas al estímulo de las exigencias universitarias. El arrastre, tal como se lo pone en práctica (con tres matrículas) no es sino un estiramiento de la tolerancia hacia los bajos estándares académicos. ¿En cuántas universidades del mundo existe una tolerancia tan elástica? Asumo que en ninguna, siempre y cuando se aprecie la condición de centro de creación de pensamiento. Por lo tanto, debe haber un razonable límite a la condescendencia con la mediocridad de estudiantes, docentes y administradores; y, por cierto, del modelo universitario.
Las soluciones serán complejas, y la prioridad es desmontar las inequidades. Urge, entonces, la creación del Sistema Nacional de Educación con un eslabonamiento coherente de todos los niveles. Además, la planificación deberá contemplar el diseño adecuado de la profesionalización en sus niveles universitario y tecnológico, para que no se diga que la equidad consiste en el ingreso de “más estudiantes a la universidad y [que] haya que contratar más profesores”, como dijo en estos días un dirigente de la FEUE. Esa retórica es demagógica, amén de ‘inflacionaria’, porque mientras no se articule un sistema educativo más o menos armonioso y fundamentado en la investigación, lo que tendremos son: una deserción proporcional a la cantidad de estudiantes que ingresen y una universidad en retirada, del tercer nivel al tecnológico.
Conclusión: al tomar las decisiones estatales, se deberá considerar los orígenes sociales de la calidad académica y ofrecer todo tipo de asistencia a docentes-investigadores y estudiantes, inclusive la gratuidad de toda matrícula; claro, después de haber eliminado la tercera. Pues la desidia no puede erigirse en una suerte de inherencia del “carácter nacional”.
(Articulista del diario el Telégrafo Catalina León)

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