viernes, 15 de agosto de 2008

Vivimos el derecho al sexo hace rato

Amelia Ribadeneira. Columnista del diario El Telégrafo
El sexo siempre ha sido malo, sucio, pecaminoso. Por eso nos bautizan de niños, porque nacimos del pecado original, el pecado que lideró Eva, la primera mujer, la desobediente, la lujuriosa, la que provocó a Adán el ingenuo, el delator, el que nunca quiso, el que lanzó la primera piedra.
Y porque el sexo aún es pecado, siguen los Adanes, con micrófono en mano y en pantalla gigante, persiguiéndonos, llamándonos abortistas por desear una sexualidad sana. Y nosotras diciéndoles que no, que decidir cuándo y cuántos hijos tener no significa abortar, significa hablar con ellos, compartir la responsabilidad y planificar: ir al médico particular o al centro de salud del barrio para que nos orienten sobre una sexualidad responsable. No he dicho nada nuevo. Esta acción de salud pública se práctica desde hace décadas en nuestro país, sin hacer mucho esfuerzo, recordemos las campañas de APROFE.

“¿Estaríamos dispuestos a tener relaciones sexuales sólo cuando deseemos procrear…?
Cada vez la sociedad ecuatoriana está compuesta por familias más cortas, de dos o tres hijos, algunos casos llegan hasta cinco, pues ¿quién piensa hoy en tener ocho o doce hijos como lo hacían las familias de nuestros abuelos? No obstante, sin partimos de la lógica religiosa, habría dos posibilidades para que las familias ecuatorianas tengan pocos hijos: la primera es que las parejas solo hayan tenido sexo para la reproducción y, la segunda, que los embarazos terminaron en abortos. Absurdo y ridículo, la primera más que la segunda.
Es obvio que esas familias decidieron cuántos hijos tener. Entonces, familias ecuatorianas sepan que sus decisiones han sido pecaminosas y pese a ello se adelantaron a vivir una práctica que apenas ahora será un derecho consagrado en la Constitución al que las iglesias se oponen. Lean los numerales 9 y 10 del artículo 66, que en resumen establecen que las personas tenemos derecho a tomar decisiones libres, a recibir información sobre nuestra sexualidad, a decidir cuántos hijos que queremos tener. Otra vez, nada nuevo.
Me gustaría, que en lugar de preguntarnos a los ecuatorianos si estamos o no de acuerdo con el aborto, nos preguntaran ¿si estaríamos dispuestos a tener relaciones sexuales solamente cuando deseemos procrear? O ¿Si estaríamos dispuestos a tener relaciones sexuales a plenitud y con suficiente información para decidir cuándo y cuántos hijos tener? Esas preguntas no nos harán porque la derrota de las iglesias es segura.
Sin embargo, las iglesias y sus acólitos nos ofenden, agreden nuestra inteligencia, quieren confundirnos, controlar nuestros cuerpos y mantener su poder. Nos tratan como ciudadanas de segunda clase que necesitamos de otros que decidan por nosotras, porque no tenemos capacidad. Afortunadamente, para el bien de nuestra sociedad, hay muchos hombres, muchos, que nos acompañan en esta lucha.
Ojalá catequizaran con la misma fuerza contra el abuso sexual, la violencia familiar, la pedofilia, la pornografía infantil y otras aberraciones de la humanidad que se practican a diario en nuestro país. Tal vez desde sus púlpitos pudieran aportar entrando en la conciencia de esos verdaderos delincuentes ¿O esas vidas no les importa?

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